Este fin de semana he estado viendo un torneo de fútbol de categoría cadete (15 años) En todos los equipos, los entrenadores penalizaban el error de manera mucho más notoria que cuando tenían que reconocer los aciertos. Siempre se oía más a los entrenadores abroncar al jugador que cuando tienen que reconocer las cosas bien hechas. Desde fuera, al menos, no parece la mejor manera de apoyar, de dirigir, de sacar todo el talento de un jugador.
Casualmente, después, en El País Semanal he leído otro interesantísimo artículo de Borja Vilaseca, esta vez sobre el sistema educativo, descubriendo que poco han cambiado las cosas desde mi época. Tenía la sensación que personas de mi generación que vivieron un sistema basado en memorizar los temarios, sin participación de los alumnos, donde se premiaba al que sacaba buenas notas y de defenestraba (por no decir humillaba) a los que suspendían, habrían conseguido cambiar algo, pero veo que no.
El articulo recoge reflexiones de estudiantes de entre 14 y 20 años sobre el sistema educativo que, aunque me da la sensación que han sido cuidadosamente seleccionadas, son muy llamativas. Así, por ejemplo, Elena de 17 años dice «al entrar en bachillerato parece como si nuestro valor como personas se midiera con la puntuación que sacamos en los exámenes. Desde muy pequeños nos inculcan que lo importante es memorizar, retener y repetir como loros lo que sea…» o Guillem «…me doy cuenta de que la mayoría de profesores se limitan a darnos las respuestas de los diferentes temas que tratamos. Y nos evalúan basándose en muestra capacidad para repetir esa misma definición en el examen. Se valora más repetir lo que dice el profesor que tu capacidad para pensar por ti mismo. Si pones algo que has pensando por tu cuenta, te bajan la nota. Tener ideas propias está penalizado…» o Iabel «nos nos ayudan a descubrir nuestros talentos. Ni a descubrir lo que nos gusta y nos apasiona…» Ciertamente es aterrador pensar que nuestro sistema educativo sigue basándose en la memoria y en los exámenes y que la inteligencia se mide por las notas.
Alguna que otra vez he contado mi experiencia que, también casualmente ( o por causalidad), ayer recordaba con unos amigos hablando del efecto Pigmalión. Las expectativas que tenían mis profesores en mi, desde luego no eran las que yo sentía. Si por ellos hubiera sido, desde luego no estaría ahora escribiendo este blog, ni me hubiera dedicado a los recursos humanos, ni hubiera conseguido una licenciatura. Era gente, en general, simpática y agradable pero, para mi, no eran buenos docentes.
Las personas que conozco que estudian, o han estudiado, magisterio, creo que no me equivoco si digo que ninguna de ellas tenía como primera opción ser profesor. Sus motivaciones han sido sobre todo de conveniencia: había trabajo, buen sueldo y muchas vacaciones. Como dice el escritor Vila-Matas en el mismo semanal, sin entusiasmo o pasión pocas cosas se pueden hacer. Y en la educación menos, añado yo.
Casualmente, después, en El País Semanal he leído otro interesantísimo artículo de Borja Vilaseca, esta vez sobre el sistema educativo, descubriendo que poco han cambiado las cosas desde mi época. Tenía la sensación que personas de mi generación que vivieron un sistema basado en memorizar los temarios, sin participación de los alumnos, donde se premiaba al que sacaba buenas notas y de defenestraba (por no decir humillaba) a los que suspendían, habrían conseguido cambiar algo, pero veo que no.
El articulo recoge reflexiones de estudiantes de entre 14 y 20 años sobre el sistema educativo que, aunque me da la sensación que han sido cuidadosamente seleccionadas, son muy llamativas. Así, por ejemplo, Elena de 17 años dice «al entrar en bachillerato parece como si nuestro valor como personas se midiera con la puntuación que sacamos en los exámenes. Desde muy pequeños nos inculcan que lo importante es memorizar, retener y repetir como loros lo que sea…» o Guillem «…me doy cuenta de que la mayoría de profesores se limitan a darnos las respuestas de los diferentes temas que tratamos. Y nos evalúan basándose en muestra capacidad para repetir esa misma definición en el examen. Se valora más repetir lo que dice el profesor que tu capacidad para pensar por ti mismo. Si pones algo que has pensando por tu cuenta, te bajan la nota. Tener ideas propias está penalizado…» o Iabel «nos nos ayudan a descubrir nuestros talentos. Ni a descubrir lo que nos gusta y nos apasiona…» Ciertamente es aterrador pensar que nuestro sistema educativo sigue basándose en la memoria y en los exámenes y que la inteligencia se mide por las notas.
Alguna que otra vez he contado mi experiencia que, también casualmente ( o por causalidad), ayer recordaba con unos amigos hablando del efecto Pigmalión. Las expectativas que tenían mis profesores en mi, desde luego no eran las que yo sentía. Si por ellos hubiera sido, desde luego no estaría ahora escribiendo este blog, ni me hubiera dedicado a los recursos humanos, ni hubiera conseguido una licenciatura. Era gente, en general, simpática y agradable pero, para mi, no eran buenos docentes.
Las personas que conozco que estudian, o han estudiado, magisterio, creo que no me equivoco si digo que ninguna de ellas tenía como primera opción ser profesor. Sus motivaciones han sido sobre todo de conveniencia: había trabajo, buen sueldo y muchas vacaciones. Como dice el escritor Vila-Matas en el mismo semanal, sin entusiasmo o pasión pocas cosas se pueden hacer. Y en la educación menos, añado yo.
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